Y empecé a darme cuenta de que lo que salía no era Luna,
sino tu sonrisa.
De que más allá del cielo,
el infinito solo tiene tu nombre.
Supe,
inalterablemente,
que no importa cuánto dure la tormenta y tampoco si luego sale el sol,
siempre y cuando, en la tormenta,
estén tus ojos abrazándome el alma.
Atendí,
presté atención y esa música que traía el viento,
no era otra sino tu voz.
Respiré,
sentí la brisa del mar enjuagarme la cara,
sentí el olor ese que lava el alma,
y te sentí, eras tú.
Dormí,
desperté en tus ojos y me di cuenta de que nada más es eterno,
solo tú.
Supe,
que contigo visito todos los días,
un parque de imaginaciones en mi diversión;
que después de todo,
puedo descansar en ti,
mi paz.
Y me quedé en tu mirada,
asentí con la voz,
perpetué mi estadía a tu lado,
suspiré muy fuerte en tu oído,
cometí locuras que ni había presentido,
corrí desnuda por el pasadizo de tus piernas,
le tiré una bofetada a la soledad en la cara,
animé mis dudas,
enfrenté mis miedos,
recorrí la infinidad de tu piel,
asimilé la lactosa,
aullenté inseguridades,
resucité mi hiperactividad,
quemé desesperanzas,
defendí todo lo que te amo,
me llené de paciencia,
aprendí a esperar, a calmar,
canté "Dulce Navidad" de nuevo.