Sentí que me apagaba,
en
realidad no,
me sentí
como siempre,
como si
siempre hubiese estado muriendo,
como si
morir se sintiera así de explícito,
sentí que
siempre había sentido esto.
Y me enmiedé,
como si
nadie me hubiera hecho daño,
como si
yo no hubiera sido fuerte por mí sino por ellos,
como si
al final...
como si
al final mi historia no fuera mía sino que solo tratara de mí.
Ya aprendí a dormir con los ojos abiertos,
ya
aprendí a llorar y secarme la cara, y salir y saludar y comer y reír y volver y fingir y abrazar y cuidar y trabajar y correr y manejar y asegurar y agradecer
y estudiar y sobrevivir
cada domingo.