25.3.09

Es una crónica pero pudiste llamarla experiencia onírica Alejandra.

Eran las 11 de la mañana un buen jueves de verano.
Él se había quedado con mis llaves porque en fin, las dejé en su casa creo que no hay mas que explicar.

Yo estaba durmiendo, estaba sola ese día y la casa toda oscura con las cortinas cerradas.
De pronto medio dormida sentí un ruido, pensé que había sido mi perra y no me percaté de nada, él había entrado muy silencioso.

Luego de un momento sentí que alguien me abrazaba, sentía el calor de sus manos que se deslizaban como la seda en la piel de un bebé, su grotesca respiración, la vibra de todos esos sentimientos de pasión que tenía dentro, yo los sentí.
Ese día me enteré de que en verdad si me amaba.
Yo navegaba en su mar de instintos, de furia y rabia al no poder tenerme y contemplarme en la totalidad infinita que comprende el cuerpo.

Pero lo miré ya despierta y supe quién era, era lo que por mucho tiempo había amado y anhelado, eran sus besos lo que quería así que me precipité a lo prohibido, a beber de su sed.
Nos enredamos en la pasión eterna, nos envolvimos uno al otro en el mismo paño de lágrimas, el que acompañaba todos nuestros movimientos, juntos, abiertos y expuestos de par en par.
No había hora en que la situación terminara, disfrutábamos tanto estar cuerpo a cuerpo que no necesitábamos respirar para estar vivos porque desde ya, vivíamos de nuestra presencia y el amor que se desprendía de nuestra piel.

Sentí toda mi vida pasar por delante, y no era otro sentimiento mas que la perdición a la que me llevó con su absoluta locura, la que me hacia delirar en versos, no era poético.
Fue su pecho sobre el mío el que dijo que nos volveríamos a ver, quizás dentro de mucho pero lo haríamos y comprenderíamos que valdría la pena seguir viviendo para experimentarnos el uno al otro todas las veces que fuera necesario para así encontrar nuestra esencia cuando la perdiésemos de vista.

Durante ese momento fuimos llamados pobres por el viento, pobres porque teníamos hambre y sed. Hambre uno del otro pero ya sabíamos que era inacabable solo el devorarnos por completo podría habernos satisfecho pero no habríamos seguido viviendo el uno sin el otro. Era sed de su sangre, sed de sentirla hervir junto a , de recibir el vapor de su cuerpo sobre el mío y penetrarlo, de aferrarme a su instinto una vez más, humano y animal.

Fueron sus besos y los míos los que nos calmaron, fueron el sello de la correspondencia que nos habríamos enviado, fue el candado de la celda de ningún encarcelado.
Pasó el tiempo de largo y junto a esta experiencia y extasiados por el deseo de volver a empezar a amarnos, dulce y tristemente, dormimos.

Luego, mi perra empezó a ladrar, desperté y estaba sola, mas sola que nunca.
Buscando por toda la casa me di cuenta de que él ya no estaba, se había ido su calor, había desaparecido su locura, su sed de amarme y tenerme dentro de él, pero seguía dentro de mí, y al levantarme me percaté de que era hora de llenarme de fuerza, era hora de llenarme de valor, eran las 11 de la mañana.

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